Cuando hay viento de levante me vuelvo del revés.
Reconquisto mis espacios negativos,
me mudo al trasluz de mis persianas,
ronroneo estirada entre mis pliegues
antes de empezar a explorar incertidumbres.
Y alguna certeza.
Cuando el viento viene de levante sólo hay relojes de arena.
Y dunas serpenteando la eternidad.
La idea de la muerte no se esquiva, no se olvida, no se teme.
Está en mi cama, en las olas, en ti y en tu urgencia al abrazarme.
Hay una extraña fijación en la forma de cortar los tomates,
una pulsión cálida en el chorro de agua que limpia mis manos.
Y ese ssssssssss constante contra las ventanas,
ese tintineo de la persiana anunciando fantasmales visitas,
ese quejío agonizante en los muros
y esos portazos metálicos que no pueden venir de ningún sitio.
Cuando el levante rompe contra mis pechos
naufragan el Mal y el Bien, el nudo y la angustia.
El miedo es el escalofrío de los 40 grados a la sombra
y la paz saber que nadie intentará cambiarme.
La verdad es una sandía siempre fresca y crujiente
y el futuro, el lujo de mantenerse en silencio tras la pregunta.
Cuando soy levante, bañada en sudor, salitre y valentía
no temo volver a empezar para volver a fracasar.
Pero siempre llega la resaca y el desconsuelo.
Y el poniente, sin levantar un palmo los granos de arena,
sin portazos, dramas ni malos modos,
con la altanería de un académico,
borra mi memoria, vence mi valentía.
El poniente me llama turista.
por Patricia Simón Carrasco. (Subdirectora de Periodismo Humano)
(Patricia et moi, pillados por Javier Bauluz, Primavera del 2011, Brooklyn)
Todo poema nace de una extrañeza cotidiana, como un desconocido que nos acompaña constantemente y en el que vertimos besos y escombros y del que tomamos todo lo que nos da. El viento puede ser ese extraño de manos heladas que se desvanece ante la fijación roja del corte del tomate o al escuchar su propio murmullo. Porque al final todo es mundo y todo es intemperie. Para Patricia el viento no es una imagen cualquiera, ni casi ese extraño, por eso no resulta abrupto el giro de persona, convertirse en levante y vestirse de Bolonia, o del viento norte, o con tacón, comerse el corazón de la sandía y escupir el resto, la derrota que no el fracaso, cuidar lo que no importa, y volver. Lo dijo Cernuda, y ella, claro, conoce perfectamente esos mismos callejones a veces sin salida, esos cuarenta grados a la sombra que impone el miedo: “porque algún día yo seré todas las cosas que amo”. Y ese día el viento dejará huella, por fin.
(Autoretrato, NYC)
1 comentario:
Hermosura al cubo
Publicar un comentario