El genio de Leopoldo María Panero, unido a un exhibicionismo frívolo, con éxito de crítica y público, consiguió eclipsar a otros nombres cuyas vidas y obras han sido bastante obviadas por la crítica y, sobre todo, por el público, y que bien merecían algo más de foco. Es lógico. Leopoldo María consiguió eclipsarse y anularse a sí mismo y, lo más importante, a lo que escribía. Se conocen mejor sus tics que su obra, y de ahí el fracaso de la poesía, casi arqueología por justificar.
Detesté a esos contables de gaseosa que lo jalearon como si fuera el torito de la Vega de la poesía joven española. Mejor olvidar ese triste capítulo y quedarse con sus libros imprescindibles (el útlimo, quizá, Guarida de un animal que no existe), y con el eterno erudito de una saga difícilmente igualable. En Sevilla, en su Festival Internacional de Perfopoesía, siempre respetaron con exquisito escrúpulo esto último, sólo jalearon a esos viejos versos magníficos que desempolvaron la poesía de aquel momento.
Han existido alrededor de él otros nombres que han tenido un peso incuestionable en la poesía española -maldita o no- del siglo pasado, y que lo amplían y complementan a la perfección: Alfonso Costafreda, Pedro Casariego Córdoba o Miguel Ángel Velasco son algunos de los geniales ejemplos.
Contra Leopoldo María Panero, con él y contra él, "por la humillación imperdonable de la excesiva intimidad".
ASP
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