lunes, 11 de abril de 2011

Los impostores

Dicen de él que será un clásico, lo dicen académicos, chamanes y críticos, casi lo mismo. A mí siempre me gustaron los clásios que no acaban de serlo, tengo muchos ejemplos que no vienen al caso. Por eso lo acompañé a un acto al que lo invitaron la madrugada anterior un profesor de un módulo de cine (o máster, o curso, o FP o VPO) lo reconoció bailando en un discopub de Granada, nos interrumpió el dirty dancing y lo invitó a dar una charla-conferencia con sus alumnos. A aquellos estudiantes de cine el cine le suena a cine, es decir, a chino, pero el cine es exótico y cercano, y cada vez hay más academias de chino. Eran mayoritariamente chicas, me imaginaba a sus padres viendo películas en el canal de pago y pensando que pronto aparecería por allí y que a Berlanga también le costó lo suyo. El futuro clásico habló de casi todo y a casi nadie le importó nada de lo que decía, se limitaban a aguardar el momento del final para correr a abordarlo contándole sus obras (un corto y cuatro páginas de microsoft word letra 12 que van a ser un guion cuando acabe con el agobio de los exámenes y que presentará a un concurso con el que te becan en noséqué fundación) o que estuvo malviviendo por Marruecos el pasado verano con una furgo de se exnovio que era músico y tenía una maqueta pero que lo dejó porque ella quería viajar y estudiar y salir y a ella no le gustaban los compromisos). Y llegó el trágico momento del film donde el protagonista, el futuro clásico, dio un beso que fue como una ametralladora. De camino al bar escuché susurrar a Victor (un estudiante, de cine, que preparaba en la filmoteca un ciclo -bendita palabra- sobre Paul Morrisey) "no lo sabía, qué fuerte" y Mónica (una chica italiana muy preparada para la ocasión) le sonreía con cara de espasmo. Supe que la Escuela invitaría a comer, los impostores hablaban de Pasolini, Van Sant o Fassbinder -han sido educados en la digestión o integración, que no en el ridículo de la exposición- entre aquellos montaditos de melva y pizzas con todo lo que existía, yo tomé ensalada acompañada de gintonics y pensaba en Carmina Ordoñez. Un buen amigo alemán me enseñó a comer con gintonics, la pena es que sólo lo puedo poner en práctica cuando pagan los impostores. Tomé siete y, haciendo honor a Eduardo Haro, me alcanzó con una tónica. Ya algo tocado intenté coquetear, yo también quiero aprender chino.




Ideal

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